Lula, por Ricardo Stuckert (2018)
Estimados amigos y amigas.
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.

Abrirán este boletín y lo leerán apenas unos pocos días antes de que Luiz Inácio Lula da Silva se despierte en la sede de la Policía Federal en Curitiba (Brasil) el 7 de abril, en el primer aniversario de su encarcelamiento. Seguirán adelante con su día, tal vez leyendo aquí y allá fragmentos de este boletín o guardándolo para leerlo más tarde. Es probable que Lula coma lo mismo que comió en su primer día en la cárcel: pan y mantequilla con su café. Sabrá que en todo el planeta habrá manifestaciones en su nombre. El pueblo va a gritar «Lula Libre». No estás solo, le dirán, você não está sozinho. Eso le dará esperanza.

Canción de la Campaña Lula Libre (Abril 2019)
Hace unas pocas semanas, Lula envió una ‘carta a los militantes’, en la cual hablaba de «estar preso injustamente». Lula se llevó a su celda el libro A elite do atraso: da escravidão à Lava Jato [La élite del atraso: de la esclavitud a la Lava Jato] del sociólogo Jessé de Souza. Lo que llevó a Lula a la cárcel fue la Operación Lava Jato [lavado de autos a chorro], una investigación sobre la corrupción entre la clase política de Brasil que se ha tragado a muchos políticos (pueden leer más sobre ello en nuestro quinto dossier «Lula y la batalla por la democracia»). El último político en ir a la cárcel es el ex presidente Michel Temer (2016 – 2018), que fue el relevo de la oligarquía contra Lula (presidente de 2003 a 2010) y su sucesora, Dilma Rousseff (presidenta de 2011 a 2016). Temer fue acusado de estar en el centro de una red criminal que recibió 470 millones de dólares en sobornos. La escala de su corrupción es épica. Lula fue acusado de aceptar coimas por alrededor de 800.000 dólares, solo basado en la evidencia de un hombre que señaló con el dedo a Lula para reducir su propia pena. Ni la magnitud del crimen ni las evidencias presentadas ofrecen confianza en el sistema judicial brasileño. No sorprende que 464 juristas brasileños hayan firmado una cartael mes pasado contra la naturaleza falsa de laspruebas y del proceso judicial en el caso contra Lula. Como escribo en mi columna esta semana, el juez Sergio Moro procesó a Lula como si fuera el hombre más corrupto del planeta. Moro se ha incorporado al gabinete del gobierno del presidente Jair Bolsonaro. La corrupción quid-pro-quo de un juez que hace posible una victoria presidencial eliminando a Lula del proceso electoral a cambio de un puesto en el gabinete del nuevo presidente no ha causado suficiente asombro.
Trabajadores, de Tarsila do Amaral (1933)
El libro de De Souza sugiere que la larga historia de esclavitud de Brasil (de 1532 a 1888) dejó profundas huellas de horroroso racismo y privilegio oligárquico en la cultura brasileña. Los oligarcas no solo despreciaban a Lula por sus orígenes de clase (pasó de vendedor ambulante a obrero en una fábrica de automóviles), sino que lo odian por su lealtad con lxs afrobrasileñxs y las comunidades indígenas. El gobierno de Lula tuvo que luchar contra 500 años de odio racial y de clase sedimentado, salpicado de resentimiento contra la igualdad de las mujeres y la justicia social. Lucharon contra el hambre con tanta desesperación como contra la desigualdad social, la misoginia y la transfobia. De Souza argumenta que la «elite decadente» tuvo que vengarse, y que lo hizoa través de dos procesos. En primer lugar, mediante el «golpe legislativo» de 2016, el impeachment profundamente defectuoso de Dilma. Segundo, por un «golpe judicial», el uso de la Operación Lava Jato para sacar a Lula de las elecciones presidenciales de 2018 (cuando era el favorito). Le importa tan poco el país a esta «elite decadente» que lo entregó a un hombre de mentalidad fascista: Bolsonaro. El había votado contra Dilma en el «golpe legislativo» honrando a quien la torturó, el coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra (que había muerto el año anterior). La repulsión de ver a Bolsonaro hacer comentarios desagradables y machistas contra Dilma y luego honrar a un hombre que fue una pieza clave en la larga y terrible dictadura militar brasileña debía dejar por lo menos a una parte de los ricos al límite. Pero no tienen ninguna tradición liberal que los preceda, su ventana para mirar el mundo es la visión decadente de una vieja clase dueña de esclavos.
Jamás conmemorar. Recordar para no repetir. Dictadura nunca más
31 de marzo de 2019, Protesta en Río de Janeiro, Brasil.
Una semana antes del primer aniversario de Lula encarcelado, Brasil tuvo que pasar por el trauma del 55º aniversario del “día que duró 21 años”. Bolsonaro, quien ha honrado al torturador de Dilma, sugirió que este aniversario del golpe de Estado sea celebrado y no denigrado. En 2008, Bolsonaro –quien pasó este aniversario convenientemente en Israel– dijo que el problema con la dictadura militar es que “torturó pero no mató”. Un nuevodocumento de los archivos italianos muestra que en los primeros días del golpe en 1964 los militares –con la total complicidad del gobierno de Estados Unidos– arrestaron al menos a 20.000 personas (no a las 5.000 que se pensaba antes). Es probable que las cifras de personas asesinadas también hayan sido subestimadas. Cuando Camilo Tavares y Karla Ladeia estrenaron su documental O Dia que Durou 21 Anos en 2012, lo vi con asombro: la historia de este brutal golpe apoyado por Estados Unidos contra un gobierno democrático en Brasil, un golpe que duró desde 1964 hasta 1985, había sido enterrada. Qué poco sabemos de las cosas perversas que están justo frente a nosotros.
O Dia que Durou 21 Anos
Fue el movimiento popular –del cual Lula fue un líder importante– el que expulsó a esta dictadura de la “elite decadente” en 1985, y fue el pueblo el que exigió alivio de las penas de quinientos años de dominación oligárquica. Imposible revertir la miríada de problemas de Brasil en unas décadas, mucho menos en unos años. No obstante, cualquier avance logrado debía ser anulado, incluidas las políticas sobre el hambre y la protección del medio ambiente. El ojo de Bolsonaro, junto con los ojos de muchas corporaciones internacionales, está en la Amazonía (para más información, vean nuestro último dossier sobre los peligros de la Amazonía brasileña).
Y lo que es más perverso aun, la atmósfera democrática creada debía retroceder. El ruido del racismo y la misoginia intenta anular todo lo sensible en el mundo, el terrible derecho de la oligarquía a reclamar la naturaleza y el trabajo humano pidiendo sentencia de muerte para[los programas sociales] Bolsa Familia y Brasil semMiséria. Las elecciones continúan, como lo hicieron para elegir a Bolsonaro, pero están vacías. Se trata de un escándalo mundial. En nombre de la democracia, la oligarquía se ha impuesto elegantemente. Las grandes cantidades de dinero, la intimidación a los votantes, el uso de las redes sociales (especialmente WhatsApp) para crear confusión se ha convertido en algo normal desde Brasil hasta Estados Unidos, desde Argentina hasta la India (sobre las elecciones indias, recomiendo encarecidamente el número actual de Frontline, y sobre la deformación del proceso electoral, puede leer mi reseña de un nuevo libro del destacado analista de elecciones indio Prannoy Roy).

La violencia se ha transformado en un instrumento de la “democracia”. Su uso homeopático contra activistas es común de un extremo a otro del planeta. Nos hemos acostumbrado a la violencia ejercida contra activistas políticos, el cinismo en sí mismo se ha convertido en un arma de la oligarquía contra la esperanza. El asesinato del comunista sudafricano Chris Hani en 1993, justo antes de que el país saliera del apartheid, fue un mensaje fuerte de que la “elite decadente” sudafricana no toleraría nada más que su propio control sobre la riqueza y los recursos del país. Permitiría la “democracia”, si esta democracia no desafiaba sus ganancias.

Tras la muerte de Hani, Nelson Mandela dio uno de sus mejores discursos. “Ha habido muchos cambios, y las negociaciones han comenzado”, dijo Mandela, “pero para la persona negra común de este país, el apartheid está sano y salvo”. Para la “persona negra común” –la afrobrasileña– un tipo especial de apartheid brasileño también está sano y salvo. “Queremos construir una nación libre de hambre, enfermedad y pobreza, libre de ignorancia, de falta de vivienda y de humillación, un país en el que haya paz, seguridad y empleo”, dijo Mandela al honrar a Hani. Esa esperanza hoy es un punto de apoyo. Provee ráfagas de energía en los intersticios de la maldad. La formación del Partido Socialista Revolucionario de los Trabajadores (Socialist Revolutionary Workers Party, en inglés) en Sudáfrica esta semana se produce justo cuando en Argelia el presidente Abdelaziz Bouteflika da un paso al costado y abre un nuevo proceso para su país, y cuando la ciudad turca de Tunceli elige a Fatih Mehmet Maçoglu del Partido Comunista de Turquía para que sea su alcalde. En esa elección, el partido gobernante de Recep Tayyip Erdoğan perdió en tres de las grandes ciudades turcas (gracias en gran parte a la fuerza de izquierda pro kurda, el HDP). Pequeños gestos contra la “elite decadente” en anticipación de hechos mayores. Esto es lo que Lula verá cuando mire por la ventana el 7 de abril. Maldad, sí; pero también estos saltos de esperanza optimista.
Cordialmente,
Vijay.

PD: en Delhi (India), en LeftWordBooks, Cristiane Ganaka de nuestra oficina de São Paulo (Brasil) lanzó la edición en inglés de Truth Will Prevail: Why I have been condemned. En español: La verdad vencerá. El pueblo sabe porqué me condenan, una larga entrevista con Lula. La fabulosa tapa del libro ha sido diseñada por Tings Chak, diseñadora del Instituto Tricontinental. La próxima semana estará listo el Dossier #15 que abordará al arte y al diseño desde una perspectiva política.